martes, 8 de septiembre de 2009

Lágrimas de nácar en el adiós


La Hermandad de la Estrella ha querido que todo sea muy especial. La ausencia de la Virgen durante cinco meses es algo que en el barrio no terminan de entender salvo cuando les explican que la dolorosa de la tez de nácar va a estar en las mejores manos hasta enero.

Hay quien piensa que las mejores manos en las que pueda estar la Virgen son las de Pepe Garduño que no quiso faltar a su cita con la Virgen. Ni él ni si mujer Leonor, hija de quien en el 36 se atrevió a esconder a la Estrella en un baúl que guardaban en su domicilio junto al Parlamento de Andalucía.

Quiso Manuel Domínguez del Barco, su hermano mayor, al que le brillaban los ojos, que todo fuera muy especial. José Sánchez Dubé, cofrade de los que deberían tener licencia eterna para vivir, no recordaba el anuncio de una ausencia tan prolongada. “Es de Montañés”, decía con la misma seguridad con la que han emprendido tantas y tan buenas acciones en su dilatada trayectoria. El Padre Juan Dobado, que conoce a Montañés en las huellas de un crucificado, preparaba la ausencia con palabras y consuelo.

José Antonio Lencina, el número uno de la hermandad, hermano desde 1934. Su padre fue nazareno en el 32 y él agradece a la Estralla el trato dispensado para con su hermano decano.

Tan especial fue todo que la Virgen, al borde de la medianoche, fue envuelta en una capa con capucha similar a la que envolvió a la Amargura cuando la restauraron. Es regalo de Charo Lencina – nieta de otro valiente del 32 – y de su marido, Fran López de Paz, llamado desde niño por la Virgen a la que acompañaba con la varita que su padre le había labrado con la plata del cariño.

No quiso faltar, ni siquiera, el Coordinador de Transplantes del Hospital Virgen del Rocío, el doctor Pérez Bernal, que acababa de terminar de convencer a unos familiares para que donara los órganos de un recién fallecido para seguir dando vida a las cosas del corazón, de cuantos transplantes la Estrella es patrona.

La Esperanza de Triana, de algún modo, quiso estar presente en la misa de 9 a la que asistió su hermano mayor, Adolfo Vela, para devolverle el cariño que la Estrella históricamente y de forma más ferviente en su presente está demostrando con la corporación de la calle Pureza.

Todo fue muy especial. Al final de la noche, lágrimas de nácar en el adiós. Hoy la reciben, a primera hora de la mañana en el IAPH, donde se encuentran los mejores médicos de la madera que, esta mañana, bien temprano, ya habrán encontrado a su Estrella.

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